jueves, 5 de junio de 2014

Europe's living a celebration (la fiesta de la democracia)

Querido diario: 
Hace mucho tiempo que no escribo porque mi vida es tediosa como un maratón de discursos de Mariano Rajoy, pero esta vez tengo que contarte una cosa muy importante. Hasta ahora no era una persona completa. O sea, persona física sí y persona jurídica también, pero bueno, querido diario, no me líes. Que no era yo una persona completa. Pero el otro día ya sí. El otro día FUI A VOTAR.

democracy party

No es que no hubiera votado nunca, ojo. Que yo he votado en todas las elecciones que se han celebrado desde que alcancé la mayoría de edad. En todas las locales, autonómicas, generales y europeas, y porque no me dejan votar en otros continentes. Pero siempre por correo. No sé por qué. Creo que es una especie de pereza anticipatoria que desencadena en mí una reacción paradójica, esto es: la anticipación de la pereza que me va a dar ir a votar el día de las elecciones hace que, sistemáticamente y desde hace más de diez años (dejémoslo ahí) me pegue el palizón de ir a Correos, solicitar la documentación y, una vez recibidas las papeletas, volver a Correos para mandar mi voto, lo que constituye un patrón de comportamiento totalmente contradictorio. En fin, eso y que me quedo con las papeletas para hacer la lista de la compra (truqui democrático).

Pero este año, por razones diversas que te explicaré más adelante, querido diario, me pilló el toro y tuve que acudir a mi colegio electoral. Y esta vez sí, rodeada de urnas, cabinas de votación y alegres electores, pude comprender el entusiasmo de quien vive la democracia por primera vez:


Pero no te voy a mentir, querido diario: yo no iba a votar. No es que lo mío fuera una abstención convencida, simplemente estaba desmotivada. Está el panorama político muy triste, ya ni siquiera se componen canciones electorales con gancho como esta:


De hecho, el único partido que este año contaba con una canción oficial para su campaña era el Movimiento RED de Elpidio Silva. Y llámame superficial, pero a mí esto tampoco me motivaba:


Y así pasaban los días, entre la abulia y la indecisión, hasta que un día, hablando con P., votante convencida, decidí revisar los programas de todos los partidos (incluso el de VOX, por qué no, por diversión o por interés morboso, una es así). Pero, casualidad o serendipia, querido diario, una gastroenteritis se cruzó en el camino de la democracia, dejándome fuera de combate para mi ansiada revisión programática y lanzándome de nuevo al pozo de la desidia. No somos nadie. 

Pero bueno, querido diario, no te creas que mi convalecencia fue en vano. Durante mi reclusión forzosa tuve contactos con la troika-pero en bien (¿te acuerdas de la troika-pero en bien? Es que últimamente me dejaban muy a mi aire), en referencia a las elecciones europeas. Concretamente F., que también es votante convencida, me animaba a ejercer mis derechos como ciudadana de la UE y me recordaba que ya era hora de vivir una electoral experience a la antigua usanza:


Paralelamente, también mantuve una reunión al más alto nivel con mi grupo de ideólogos de cabeceraA., C., G., I. y M., con los que compartí, así en conjunto, la jornada de reflexión, porque yo no soy muy de reflexionar si no me fuerzan a ello. En cualquier caso, y una vez tuve decidido mi voto, solo me faltaba por superar un último escollo: encontrar mi colegio electoral. Como nunca había ido físicamente a votar y no me había llegado la tarjeta censal, me la jugué, a lo loco: me dirigí al colegio más cercano a mi residencia (bueno, a  mi anterior residencia, querido diario, da igual, no me hagas contarte mi vida). Y no acerté a la primera, con lo cual hice un poco el ridículo, pero sí a la segunda. Eso sí, la entrada al sactasanctórum electoral fue un poco decepcionante. Yo esperaba que la fiesta de la democracia fuera algo así:


Y me encontré con algo más bien de este palo, más que nada por la media de edad de los electores:


Al entrar en el colegio electoral, a un lado, había unas mesas en las que se acumulaban papeletas que nadie iba a usar (no daré nombres para no herir susceptibilidades) y que espero que después hayan reciclado. Luego estaban las del PP y las del PSOE, y unas de las que habían puesto menos porque creían que no pero luego sí, que eran las de Podemos. Al otro lado había unas cabinas con una cortinilla, que son como un fotomatón pero que están también llenas de papeletas y sobres, por si uno es vergonzoso. Me fijé en que las papeletas te las ponen desordenadas para que te entretengas un poco en encontrarlas, en plan brain training. También observé que hay al menos cuatro clases de votantes:

1) Los que cogen todas las papeletas de la mesa y se van con ellas a la cabina, para sembrar el desconcierto entre el resto de los electores.

2) Los que se meten directamente en la cabina para preservar al cien por cien el secreto del voto, que es una cosa que me gusta porque soy muy del secretismo como el KGB.

3) Los que cogen una única papeleta delante de tus morros y la meten en el sobre para que veas lo orgullosos que están de su opción política, que tampoco me parece mal. Si es que a mí todo me parece bien.

4) Los que vienen con el sobre de casa. Esos son votantes muy convencidos o bien personas que vienen con su voto nulo preparado, como este señor o señora:

HOTRO FRANCO

Pero bueno, querido diario, el caso es que al final acabé introduciendo mi voto en la urna, que es lo que interesa. Me sentí realizada como ciudadana. Jajajajaja, no, es broma, querido diario, pero me hizo ilusión porque no había salido de casa en tres días. También me lo pasé muy bien con los resultados electorales, porque me recuerdan mucho a Eurovisión, y más en este caso. Ah, y me enteré de que vuelve a ser moderno saberse las canciones de Quilapayún:


Y eso, querido diario, que me apetecía contártelo, porque en esta vida no todo es ver vídeos de la Tigresa del Oriente, también hay tiempo para el compromiso y la seriedad. Porque la política europea es cosa seria:

1 comentario:

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